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Cuentos y Relatos paranormales, eróticos y de fantasía.

Fue en un diciembre (2)

Fue en un diciembre
Segunda parte

Debía haber tomado el auto y sin embargo, me encontraba corriendo entre la niebla con una vil linterna por un mísero caminillo en el bosque que José nos había indicado, el cabrón había tenido la idea y a pesar de eso no se había ofrecido a liderar, maricón.

En otra ocasión los inmensos cedros me habrían intimidado a tal grado de salir con una excusa “varonil” sobre la pequeña excursión al bosque, ahora no tenía opción y además había otra cosa que me horrorizaba más que la oscuridad y los árboles, la razón por la que ahora huíamos hacia el pueblo en busca de ayuda. Clara venía con su hermano, la rubia de las tetas bonitas y el hombre que hacía unos momentos había visto que tenía una verruga peluda asquerosa del tamaño de una nariz sobre la frente (exageré), sólo podía escuchar nuestros pasos y las respiraciones agitadas además de los rezos que ya me tenían hasta la madre.

En menos de diez minutos llegamos a un claro en el cerro y pudimos observar el pueblo que abajo era bañado por la luz de la luna, los oídos me dolieron con los gritos de Clara y la rubia, al igual que se me revolvió el estómago al ver las casas con los techos derrumbados, algunas claramente mostrando un hueco circular y otras totalmente reducidas a escombros.

Sin embargo lo que me hizo retroceder y tirar la linterna no fue eso sino las huellas, huellas enormes del tamaño del ancho de las casas, varios pares de ellas dibujando trayectos hacia cada una de ellas. Para ese momento mi cerebro ya había hecho ¡kaput! y las neuronas se habían tomado vacaciones permanentes.

-Estamos bajo ataque, ¡extraterrestres!- Gritó el verruguín tomando a la rubia por los hombros y agitándola fuertemente, la mujer sólo lloraba incrédula de lo que acababa de mirar, las casas, no la verruga. Clara no paraba de gritar frenéticamente mientras su hermano la abrazaba con fuerza, él y yo intercambiamos miradas y caras de pavor. Claro, que él me llevaba gran ventaja.

¿Qué hacemos? Fue la pregunta implícita en sus ojos, seguida de una cara de confusión total. Seguramente había visto mis ojos desorbitados producto de mi cerebro ahora inactivo.

-Si pasaron por allí, no volverán- Respondí tratando de verme seguro de sí mismo con acento de científico experto del Discovery Channel, todo mundo sabía que un rayo no volvía a caer en el mismo sitio, obviamente eso no se aplicaba a seres patones asesinos de humanos. Aunque eso, sólo yo lo sabía.

José asintió, tomó la mano de su hermana y bajó por la pendiente del cerro, mientras me quedé a liberar a la rubia del agarre paranoico del tipo detrás de la verruga, cuando despegaba sus garras (manos) de ella, él no paraba de murmurar y gritar las mil y un formas en las que moriríamos por mi idea, si a mí se me apagaba el cerebro, a él con el pánico se le encendía. Con éxito tomé a la rubia de la mano y bajamos ignorando los chillidos del hombre, que aún estaba en desacuerdo con la idea, pero aún así bajaba con nosotros.

Sujeté descaradamente la mano de la mujer y la bañé en sudor, aunque de esto último no estuve seguro si realmente era yo o ella a mí. Desde que habíamos salido de la cabaña, la tierra no se había sacudido bajo nuestros pies de nuevo, lo que significaba que lo que sea que eran esos seres, no estaban cerca de nosotros. Aún así, mi mente se desentumía preguntándose una y otra vez ¿qué carajos había sido eso?, ¿de dónde habían salido?, ¿qué habían hecho con las víctimas?, ¿cuántos eran?, ¿dónde estaba nuestro ejército orgullosamente mexicano?, o mejor aún, ¿Dónde estaba la fuerza aérea con sus ultramodernos F5 invencibles?

Con el paso de los minutos y el recorrer de las casas destruidas, obtuve la respuesta de una de mis preguntas, los aviones seguían guardados en alguna bodega oxidándose. Ninguno de nosotros se detuvo a buscar sobrevivientes, sabíamos que aquellos que quedaban vivos ya se habían largado de allí, tampoco nos detuvimos a ver las huellas, la sangre y los cadáveres aplastados, por primera vez en mi vida deseé no tener huevos y ser mujer (aunque me perdería de rascármelos frente al televisor), así sería arrastrada con los ojos cerrados por José o el hombre de la verruga asquerosa en la frente, perdiéndome todo lo que estaba viendo de reojo y trataba ignorar.

Los cinco sabíamos lo que había pasado, sabíamos los gritos que habían ocurrido, las familias corriendo por salvarse mutuamente, las mujeres desesperadas gritando, los bebés llorando, los hombres intentando defenderse y ocultar a sus esposas. Cientos descontrolados por mantenerse con vida, cientos peleando los unos sobre los otros tratando de encontrar un mejor escondite. Lo sabíamos, pero no queríamos compartirlo, en cambio nos tragábamos el dolor y la desesperación para poder continuar.

Me lamenté aceptar la invitación de las nalgas de Clara, rechazar al pobre pelón y haberme dejado llevar por las ganas de ligar, aunque lamentarse no ayudara en nada al menos mantenía mi mente trabajando evitando que me diera otro parálisis mental crónico.

Pronto salimos del pueblo, entramos a la zona de sembradíos y graneros, allí estaban los demás agrupados con sus familias y amigos, no había huellas de gigantes ni construcciones destruidas, por lo que respiré aliviado. Sin pensarlo, nos reunimos con las demás personas, sobrevivientes del ataque al pueblo, hacían diferentes comentarios sobre las bestias que atacaron mientras todos dormían tranquilos en sus camas. Los que habían logrado verlos no podían describirlos más allá de “bestias grises sin rostro” y los que no, les ponían cuernos, ropa, facciones demoniacas, incluso hasta les ponían nombres totalmente ridículos.

Perdí de vista a mis amigos, me perdí entre las pláticas de hombres, teniendo en cuenta que las mujeres no podían hablar entre tanto moco, tratando de buscar un plan para contra atacarlos, pero no salía de mandar a llamar a alguien, lo que teníamos un problema puesto que los celulares no servían y no había líneas telefónicas, o huir hacia el mar, pensando que los seres no podrían nadar, de todas las ideas ridículas, esa había sido la más descabellada que escuché, aunque fue la más aceptada por todos.

Trazábamos una ruta en el suelo, con los dedos en la tierra, cuando esta misma nos sacudió a todos. Valiéndome madres el plan, volteé hacia los lugares más cercanos de escape, estaban tres graneros en las cercanías, uno al norte y dos a la derecha. Los temblores se hacían cada vez más fuertes al igual que el pánico incrementaba y las viejas me dejaban sordo. Como alma que lleva al diablo, comencé a correr hacia uno de los graneros, el más cercano a mí, de reluciente madera pintada de rojo, como pinche imitación gringa barata. Detrás de mí, escuché el grito de las tetas bonitas que me seguía, además de Clara, José quien parecía haberme tomado un poco de respeto y el verruguín.

De un patadón, logré hacer que la puerta me lastimara el pie, maldije por lo bajo, al ver mi dignidad masculina caer al piso, además de José girar la perilla y entrar. Dentro se veían sólo cúmulos de forraje seco, mangueras, aparatos y herramientas de arado, además de una pileta enorme al fondo al lado de otra puerta, una visión del cielo gracias a la única ventana que estaba sobre el techo.

Las vibraciones del suelo eran más fuertes que antes, podía sentirlo cerca, un paso del otro, caminando hacia nosotros, los ruidos delataban la destrucción del granero de al lado, los gritos de las personas y el chillido de la víctima, una mujer. La rubia gritó, sacándonos del espasmo del miedo, corrí hacia ella y le cubrí la boca, el hombre de la enorme verruga que llamaba la atención de quien fuera que mirara su rostro, corrió hacia la pileta intentando escapar.

-¡Shh!- fue lo único que pude decir cuando la única luz que entraba por la ventana fue cubierta inmediatamente por una sombra. Segundos después una mano de alrededor de cinco metros atravesó el techo, tomó al hombre y su verruga extrayéndolos del granero como cuando un niño saca las galletas del tazón. Los únicos gritos que se escucharon, fueron los de él y los de la rubia que estaban siendo ahogados por mí, Clara, se había desmayado en los brazos de su hermano que miraba atónito la escena. Por mi parte, esperaba que de un momento a otro mis calzones pesaran.

La siguiente mano bajó y esta vez amenazó con tomar al hermano de Clara, quién la arrojó sobre el piso y corrió en dirección contraria mentando madres como loco, estaba a punto de salir del granero cuando la cosa lo tomó y jaló la mano hacia arriba, llevándose consigo a José y el techo.

Entonces pudimos verlo, una forma humanoide de veintitantos metros de alto capaz de enfrentarse a Godzilla, parecía que su piel grisácea era suficiente para cubrirlo, no tenía rostro a parte de un triángulo metálico en lo que podría ser su frente, tampoco tenía facciones o formas de músculo, era una sombra humana, un perfil gris enorme de nuestra raza en 3D y nosotros, sus víctimas.

Aún sujetaba con fuerza a la rubia, cuando un segundo ser acercó el rostro al hueco. Me quedé helado en el sitio, la rubia se aflojó (podría haberlo hecho antes cuando le coqueteaba) y los segundos se hicieron eternos, mientras el sin rostro parecía mirarme y la paranoia del verruguín se apoderaba de mi ser, imaginando la forma en la que sería destazado y llevado a no sé dónde, con los huesos rojos y la sangre escurriendo.

Nada pasó, mientras me orinaba en mi lugar (no realmente) los temblores volvieron y el monstruo se alejó de mí y las viejas desmayadas. Me quedé quieto hasta que las vibraciones desaparecieron, Clara despertó y me jaló las greñas.

-¡AH!, ¡¿Qué mierdas haces?!- me enfurecí despertando de mi letargo mental.

-¿Se han ido?- las lágrimas brotaron de su rostro como cascadas interminables.

- ¿y mi hermano?- preguntó temerosa.

En silencio, evadí su rostro y miré en dirección al ausente techo, ella sólo se apoyó en mi hombro para continuar llorando desconsolada. La rubia comenzaba a reaccionar para alegría de mis brazos entumidos, la solté una vez que ella podía sostenerse. Miré alrededor, me había quedado solo, con las dos viejas más chillonas que había conocido en mi vida, justo uno de esos momentos en los que sentías que te levantaste por el lado izquierdo de la cama. De pronto, las tetas voltearon a verme.

-¿A dónde iremos? ¿Seguiremos con el plan de ir al puerto?- Me preguntó la rubia entre un estado de shock y destello de inteligencia femenina. Clara dejó de llorar, olvidándose totalmente de su hermano y se unió a ella. Esa mujer seguro tenía serios problemas mentales.

-Seguro todos fueron hacia allá, queda a unos minutos de aquí- Clara intentó darse valor, aunque el vestido sucio, los pies descalzos y el maquillaje corrido, se lo arrebatarían con sólo verse en el espejo.

-Correremos- Dije sin creer lo que estaba a punto de decir. –Mientras no haya temblores, una vez que todo se sacuda, a ocultarse donde puedan, no griten, no corran- Eso parecía haber funcionado antes, aunque mi descubrimiento no había sido voluntario y estaba seguro de que la próxima vez, también me quedaría quieto de terror. Ellas por su parte asintieron, aunque sabía que acabarían traicionando la orden y sacudiendo sus traseros por todo el sitio, lo que me daría una ventaja de pasar desapercibido. Qué caballeroso era.

El recorrido tenebroso al puerto lo pasamos sin percances, efectivamente, la bruja de Clara había tenido razón, allí estaban los pocos que quedaban, sobre un muelle de no más ancho de 4 metros, la gente se apretaba una con otra luchando por subirse a uno de los barcos pesqueros de los dos que quedaban, el olor a pescado podrido nos rodeaba y sin embargo, intentábamos desesperadamente acercarnos más a él.

Entre los hombres, se encontraba el cabrón que había planeado eso (aquel que taché de lunático), dirigía a las personas, seleccionando primero a las mujeres y los niños para subir al barco, además de ancianos y viejitas (que no tengo la menor idea de cómo pudieron llegar antes que yo), por unos momentos esperaba ver al grupo musical tocando en el muelle como si fuera una imitación barata de Titanic.

Como si mi suerte no pudiera empeorar más, el lunático me negó la subida al dichoso barco, según sus planes subirían primero los que llevaban esperando más, para nosotros, los idiotas rezagados, nos tocaría el otro barco apestoso, estaba recordándole lo mal ciudadano que era cuando los temblores volvieron.

Ahí fue cuando el protocolo valió mierda y todos corrieron a aventarse al barco, pisoteando niños, viejitos (ahora sí no se salvaron) y otros, Clara y la rubia por su parte, hicieron lo que toda vieja histérica haría, se colgaron de mis hombros esperando que les solucionara la vida o que las arrastrara al barco.

Los seres, que antes no había tenido oportunidad de ver de cuerpo completo ahora estaban a la vista, eran más de cuatro caminando hacia nosotros con sus triángulos de malagüero, al borde de una crisis de pánico, me aventé con todo y las viejas al agua, en cuanto me soltaron al sentir el remojón, nadé hacia el otro barco, otros hicieron lo mismo. Al llegar a él me agarré de las redes y trepé como pude, no supe cómo diablos subieron Clara y la rubia, a mí me había costado un huevo y aún arriba podía sentir los brazos cansados.

El barco comenzó a moverse alejándose de la costa, no me enteré quién más se había subido con nosotros, lo único que me importaba era ver cómo aquellas criaturas disminuían de tamaño a medida que nos alejábamos. O más bien aumentaban por eso de la ilusión óptica, pero nosotros sabíamos que estábamos cada vez más lejos de ellos.

El amanecer nos alcanzó conforme nos alejábamos, entonces pudimos verlos a todos, diez figuras se alzaban sobre el puerto, lanzándonos destellos de luz con sus triángulos metálicos. Tanto el otro barco, como este, habían logrado zarpar.

Una hora pasamos aburridos viendo cómo las criaturas aún seguían en la costa, esperando que volviéramos. Clara, se acercó a mí con unos binoculares y la muy perra no me los prestó cuando se los pedí. Ensimismada, observó las criaturas hasta que me entregó los binoculares y se puso a chillar histérica mientras le daban espasmos, las personas en el barco trataron de calmarla mientras yo le arrebaté los binoculares y me dispuse a ver lo que la había aterrado.

A la distancia, estaban los seres, la piel gris, las cabezas sin rostros, lo mismo que habíamos visto momentos atrás, confundido volví a repasar el grupo, entonces lo vi, aquello que había vuelto loca a la bruja y lo que estaba a punto de acabar con mi mente.

Uno de aquellos seres, que parecía exactamente una copia de los demás, tenía una pequeña diferencia, un tatuaje en forma de serpiente que le rodeaba el brazo derecho, el mismo tatuaje que José, el hermano de Clara, tenía.

Asustado bajé los binoculares y me agarré fuerte del barco, no podía dar crédito a lo que había visto, mucho menos articular palabra alguna a los que me miraban exigiendo una explicación, pero sí pude ver mis manos, aquellas cuya piel se había tornado del mismo color de aquellos monstruos, manos que ahora veía borrosas, mi mente no tardó en entumecerse y en lo único que pude pensar a partir de esos momentos, era en lo mucho que los odiaba, en cuánto me odiaba a mí mismo y en mi pecho, sentí el peligroso deseo por destruirlos.

Mientras un ardor en mi rostro se hacía presente, los gritos de Clara y las personas que me rodeaban se fueron haciendo cada vez más lejanos, a la vez que la proa del barco se hacía más pequeña bajo mis pies, sereno miré al cielo y abandoné toda esperanza, así como Dios nos había abandonado, condenándonos a matarnos unos contra otros.

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Esta obra está Registrada en: Safe Creative - (c) - Cilraen Helyan

 

Fue en un diciembre (1)

Fue en un diciembre



 


Primera parte

Era el mes de diciembre, el aire era frío y el ambiente por sí solo era fresco, a pesar de que después de las siete se generaba una neblina ligera, el cielo permanecía despejado luciendo su hermoso manto de estrellas. Era la ventaja de vivir lejos de la ciudad, no había edificios grandes que bloquearan tu vista.

Esa noche no tenía pensado salir, incluso saliendo del trabajo me había detenido en un videoclub y agarré una de esas domingueras, con mucha acción, hartas balas y viejas buenotas. La sección de porno no tenía nada nuevo desde la última vez que la había visto. A mitad del camino, mientras conducía a casa, recibí la llamada de una vieja que me anduve tirando que vivía en la zona rica del pueblo, Clara me invitaba a una fiesta en su cabaña de lujo, me excusé diciendo que estaba cansado por un día arduo de trabajo, pero ella fue insistente, mencionó los preparativos que había hecho, la cena, el pisto y bla bla bla, pero le dio al clavo para convencerme, sus amiguitas voluptuosas también estaban invitadas y ya habían confirmado su asistencia.

-Entonces, ¿cuento contigo?- La voz femenina me taladró los oídos mientras en un alto meditaba sobre ello (me sacaba los mocos). De reojo, miré la bolsa que había en el asiento del copiloto, a medio salir estaba la película que había rentado, “El transportador”, mi elección se encontraba entre dar media vuelta y conducir casi media hora hacia el sur, o ver una película de acción donde de seguro Jason Statham correría de un lado a otro entre balas, diálogos nefastos y una trama predecible.

El semáforo ya se había puesto en verde, pero no había nadie atrás quien sonara el claxon furioso por unos milisegundos desperdiciados. Estaba decidido, pregunté a Clara por la dirección exacta, di vuelta prohibida en “u” y me dirigí a su casa pensando en lo que podría encontrar, piernas largas esbeltas y delineadas, traseros curvos, pechos firmes y… bueno, creo que era en lo único que iba pensando.

Afuera de la cabaña estaba lleno de autos, era obvio que Clara no se había medido con las llamadas telefónicas y que los jueves nadie tenía otros planes más que ver una película con un Bruce Willis de bajo presupuesto. Estacioné al costado de un idiota que puso su enorme camioneta en horizontal ocupando lo que podrían ser dos lugares, esta de seguro la conducía una vieja.

Quité las llaves, cerré la puerta y caminé hacia la entrada de la “modesta” casa de Clara. Entre grandes siluetas de cedros y pinos se encontraba la cabaña, un monstruo alto de dos pisos de madera y enorme chimenea que se erguía imponente entre la oscuridad. El camino hacia ella estaba señalado con pequeñas fogatas que serpenteaban entre el pasto y los pequeños arbustos, este conducía a una escalera que llevaba directamente al balcón.


El ruido en el interior impidió que la anfitriona escuchara los golpes que daba contra su puerta, tenían la música en alto y la gente gritaba para escucharse una sobre otra, lo que me intimidaba a entrar, aunque por otro lado, regresarme no era una opción, al ver cómo la neblina comenzaba a cubrir el suelo y las pequeñas fogatas que se negaban a extinguirse.

Sin esperar más, abrí la puerta y entré, apenas había llegado a la sala cuando Clara se pegó a mi brazo izquierdo, rodeándolo con sus senos, provocándome, tentándome.

-¡Hola perdido!, pensé que no llegarías, ¿qué tal la niebla? Muchos tuvieron problemas con eso para llegar a la casa- Clara, había sido mi amante años atrás, no hubo promesas ni exigencias, el día en que ella encontró un setentón calvo con harta lana, me aparté y busqué otra. Ella de mantenida, ahora se daba la gran vida mientras el viejillo andaba fuera de la ciudad trabajando.

Sonriente me alejé de ella y aclaré la garganta, aguantándome la calentura y apartándola de mi mente, lo cual me costaba trabajo al verla, se había cortado el pelo a la altura de la oreja y un intento de vestido apenas podía cubrir lo más indispensable y lo ajustado no hacía más que mejorar sus formas, aunque las cenizas empezaban a humear, ella era una mujer casada y su esposo bastante poderoso, como para meterme en problemas.

-Hola, pues no tenía mucho que hacer. La niebla estaba ligera, se podía ver a través de ella, además mi carro tiene buenos faros.- Tomé una copa de la mesa y la bebí con calma.

Media hora después me encontraba platicando entre un grupo de hombres y mujeres que nunca había visto, la charla era una de las que siempre uno se avienta con los desconocidos, quién eres, de qué trabajas, a quién conoces, etc. Nada relevante.

Todo iba tan normal, que aún me esfuerzo por recordar si había algo raro con esa noche, buscando alguna señal en mi memoria que me indicara lo que estaba a punto de ocurrir, pero nada. Así como la niebla aumentó esa noche volviéndose espesa, en mi mente la indiferencia nubló mis recuerdos.

Eran alrededor de las 3am y la fiesta por fin empezaba a subir de tono, habíamos movido los sillones de Clara hacia las paredes e improvisamos una pista de baile, aunque me hubiera gustado un reguetón donde sólo tenía que estar parado y moviendo la cabeza con cerveza en mano mientras las amigas de Clara bailaban a mi alrededor, para mi desgracia ella había elegido el repertorio y no podía faltar, la música techno y Madonna, que si no fuera porque quería ligar, jamás habría bailado eso.

Entre la música, las risas y los meneos de caderas de mis nuevas conocidas, logramos percibir el grito de una mujer que provenía de la cocina. Inmediatamente dejamos de bailar, no supe si fue por el susto que nos dio la dama o el que el DJ apagara el sonido de golpe. Nos quedamos en shock unos segundos, sin saber si ir a asomarnos o quedarnos en nuestro sitio. Entonces el grito se escuchó de nuevo, junto con una frase que nos dejó helados.

-¡AHÍ VIENE!- Un hombre salió de la cocina hacia nosotros, tenía la cara de horror y la camisa llena de sangre, el piso tembló provocando pánico en el resto de los presentes, las mujeres a mi lado gritaron al escuchar cómo el techo se desplomaba súbitamente al entrar una cosa enorme de aspecto grisáceo que se abalanzó rápidamente sobre él.

Aterrado, caminé hacia atrás hasta pegar con la pared, ante mis ojos, el hombre fue jalado hacia el cielo por aquella cosa, mientras gritaba y agitaba una de sus manos pidiendo por nuestra ayuda hasta desaparecer en el hueco que ahora dejaba ver las estrellas. Entre el polvo y la intermitente luz de un solo foco balanceándose de un lado a otro, los gritos y lloriqueos de las mujeres y uno que otro hombre no se hicieron esperar.

Nunca temí por monstruos, alienígenas o fantasmas, pero juro que esto me había aterrorizado a tal grado que no podía ni siquiera pensar. Pasé los próximos segundos aferrándome a la pared mientras los demás se echaban al piso a llorar, otros corrían y otros se asomaban por las ventanas. El piso vibraba una y otra vez, en lapsos pausados y determinados, cada vez temblaba con menos intensidad.

El foco por fin cedió a la gravedad y el ruido me hizo salir del shock, no sé si fue valentía o el descubrirme solo en la oscuridad, pero corrí al balcón desesperado, quería ver, quería saber qué rayos había sido eso y ver cómo salir de ahí lo más rápido posible. Otros hicieron lo mismo, todos buscábamos respuestas, estar con más personas me hacía sentirme un poco más seguro, pues si esa cosa regresaba, habría más de donde elegir.

El cielo oscuro y las estrellas parecían totalmente desinteresadas por nuestra situación, la luz de la luna se apiadó de nosotros brillando con fuerza, permitiéndonos ver entre la neblina espesa una sombra que se movía al ritmo de las vibraciones del suelo, a su paso, se escuchaban los árboles que eran arrasados y los ecos de las personas que se había llevado.

-¿Q-qué ha s-sido eso?- Preguntó un hombre a mi lado que me negué a mirar, apartar la vista de la niebla no era una opción, temía que en algún momento, en algún parpadeo, se arrepintiera y volviera atrás para llevarse lo que le faltó.

-No lo sé- Traté de tragarme el miedo, pero este se vio reflejado en mis palabras, mi corazón latía amenazando con escapar de mi caja toráxica, mientras que forzaba mi respiración a regularlo. El tipo era obvio que quería teorías. ¿Teorías? Tenía una buena en mente, correr o morir. ¿A dónde? ¿Cuánto? Bueno, no era una tan buena después de todo.

Mi mente y yo nos desconectamos del ambiente espeluznante, nos mantuvimos centrados sólo en la sombra, hasta que finalmente mis ojos dejaron de verla, fue entonces cuando volteé a ver a los sobrevivientes.

Clara estaba sentada en el suelo detrás del barandal, con los párpados apretados, lágrimas negras escurriendo sobre sus mejillas y sus manos aferradas a la madera, mientras sus labios no paraban de recitar rezos de memoria, en años de conocerla, nunca le había escuchado ni un padre nuestro. Atrás de ella, estaba su hermano José en posición protectora, un hombre fornido de aspecto rudo, con un tatuaje de una serpiente sobre el brazo derecho y barba de tres días, que años atrás había temido que se enterara de las acciones pecaminosas que había tomado hacia su hermana, o mejor dicho, de los lugares donde la había tomado. En cierto momento, me alegré de que ella no pudiera verle la cara a su héroe, José tenía la cara desfigurada de terror, como si estuviera a mitad de un grito que no podía dejar escapar. Tuve que apartar la mirada para recobrar la cordura, pues la misma locura amenazaba con invadirme.

Detrás de ellos, más a la derecha estaba una voluptuosa rubia toda empolvada y con varios rasguños, seguramente la pobre había estado cerca cuando el techo se vino abajo. Traté de recordar su nombre, pero era una acción imposible, ya que su pronunciado escote no hacía más que distraer mi atención cuando me la habían presentado horas antes. Ella tartamudeaba entre sollozos, pero no movía ni un músculo, ni siquiera para parpadear, como si de ello dependiera su vida.

No tardé en percatarme de que la cabaña ahora estaba vacía, los demás habían corrido a sus autos y se habían largado, habría hecho lo mismo de no ser porque el temblor en mis piernas me lo impedía.

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Esta obra está Registrada en: Safe Creative - (c) - Cilraen Helyan

Segunda parte: http://evadiendolarealidad.blogspot.com/2010/08/fue-en-un-diciembre-2.html

Perdida cap. 3

PERDIDA

Capítulo 3: "El despertar"


Ella despertó apretando la mano, entre sus dedos ya no estaba la mano cálida de aquél hombre, ahora sólo había un vacío, uno que equivalía a la realidad que tanto miedo le daba.

Sobre ella una lámpara de luz blanca le calaba la vista, siete focos incandescentes la miraban directo, como si la señalaran y acusaran frente a los demás lo que estaba a punto de hacer. ¿Estaba en el lugar correcto? Dudó.

La cama fría la asqueaba y el olor a medicina la hacía desear otro toque de anestesia. Pero eso la haría volver a las pesadillas, a la voz masculina que la torturaba cada noche, que la castigaba por la decisión que había tomado por su egoísmo, justo como había sucedido con el anterior, cuando la enfermera había salido de la sala y la culpa la había torturado al punto de agarrar el tanque y dejarse inconsciente a sí misma.

Ahora no había escape, tenía que enfrentarse a las ideas, tenía que enfrentarse a la decisión que estaba a punto de cometer. Observó su vientre, un vientre que no iba a permitir crecer a partir de ése día. Dentro de él, un bebé se desarrollaba, un pequeño ser cuyo sexo se había negado en conocer, ni siquiera había pensado en un nombre, no quería, eso le haría encariñarse con él y le impediría arrebatarle la oportunidad de vivir, hasta el momento, era Eso y sólo, eso.

La niña del sueño invadió sus pensamientos, la recordaba claramente, tenía los ojos grises como él y el cabello largo en rizos como ella misma. Era el producto de su mente, puesto que así era como se había imaginado que sería su hija, así la había visualizado al conocer el sueño del amor. Un hombre guapo de ojos grises, cabello oscuro y una sonrisa sorprendente. El mismo que la asediaba en sueños, un recuerdo que volvía incontables veces a pesar de que él se había ido por cuenta propia.

La historia de ambos, era como la de otras parejas, altos y bajos, caricias y discusiones, no habían tenido nada fuera de lo común, al inicio se habían regido por los sentimientos y al final, por el egoísmo, en el que no había lugar para los dos como uno solo. Ella escogió una carrera profesional, él una vida en otro país, entonces sus caminos se separaron y el amor quedó suspendido en el tiempo. Superarlo sería fácil, al no haber nada más allá.

Un mes y una prueba de embarazo después, la mandaron a la depresión. El comienzo de su carrera fue difícil y sin el apoyo económico de alguien más, se tornó imposible, las horas que dedicaba a las clases, se cambiaron por horas de trabajo. Había entrado al mundo laboral para pagar la escuela y al final, trabajaba para pagar la vida.

El bebé no estaba en planes, había estado en ellos, pero en ese momento, tener algo que lo recordara a él y lo que pudo ser, la atormentaba. En especial, porque sabía que no podría darle todo. Sin embargo, estaba al tanto de que la renuencia de sus pesadillas, a dejar ir al fruto de su amor era la voz de su alma.

El médico entró en la sala, colocándose unos guantes de látex blancos. La enfermera lo siguió y se colocó detrás de una mesita que tenía una bandeja plateada con diversos instrumentos macabros. Herramientas que se encargarían de destrozar el pequeño cuerpecito que habitaba en su interior.

La enfermera, una rubia teñida delgada, pasó un objeto largo y metálico al doctor, él se acercó a las piernas de la mujer, quien reposaba de espaldas con ambas piernas flexionadas y abiertas para dejarle espacio de trabajo al hombre. El aparato frío se abrió paso en su interior, invadiendo el hogar de ese ser tan pequeño que una vez había sido deseado.

¡No la toques!

Gritó su mente y la sala vibró transformándose por un segundo en el bar, donde el hombre sujetaba a la niña del pelo. Parpadeó de nuevo, el doctor seguía con su trabajo.

¿Acaso te importa?

La voz familiar hizo eco en sus pensamientos, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.

-Dolerá un poco, aguante por favor, aún no inicio con la intervención- el hombre del traje azul se concentró en su labor.

¿Por qué a mí, por qué a la niña?

La realidad volvió a vibrar, esta vez el bar duró más tiempo de lo que esperaba, su mente se negaba a volver a la realidad. El hombre del bar la miraba con tristeza de nuevo. Era como si dentro de la pesadilla se comunicara con ella. Ahora bajo su abrazo metálico, ya no estaba la niña, estaba una pequeña bebita dormida. Sabía que era ella, en su vientre, ¡había una niña!

Tú lo sabes

-No puedo- Contestó aterrada. –No sé cómo hacerlo-

-¿Dijo algo señorita?- El doctor la miró preocupado.

Puedes, pero temes enfrentarte a ello

-No sé cómo- su voz apenas fue perceptible por las personas de la sala.

-¿Señorita?- el doctor miró a la enfermera consternado, la paciente hablaba mirándolo pero parecía que no hablaba con él, sino con alguien más. La enfermera le respondió con un encogimiento de hombros.

Es tu mente, es tu mundo, lo descubrirás

-No quiero que muera, no quiero- La adoraba, la había adorado desde el momento en que la vio en el piano, la amaba desde el momento en el que supo que estaba dentro de ella, pero se había engañado a sí misma para hacer soportable una realidad que se imponía. Una realidad que estaría vacía al igual que su mano al despertar, que estaría llena de dolor, al igual que cuando vio a la niña morir frente a sus ojos, una vida que sería miserable como la de aquellos que llenaban el mar rojo, aquellos que sangraban su tristeza.

Entonces lucha, … ¡sálvala tú!

El sonido del aparato la sacó del bar y la devolvió a la sala de operaciones donde el médico trataba de extraer al feto.

- ¡Detente!, te lo ruego, ¡vas a matarla!, ¡DÉJALA VIVIR!- El grito hizo que tanto el doctor como la enfermera la voltearan a ver y se apartaran de ella. La sangre en el aparato y en las manos del doctor, era evidente ante sus ojos.

-¡NO!, la he perdido, he perdido a mi bebita… la he... matado- Asustada bajó las piernas y se abrazó a sí misma lloriqueando. El doctor se acercó para tranquilizar a la paciente, se quitó el guante y le colocó la mano en el hombro, mientras la enfermera retiraba los utensilios y salía de la sala, se había cancelado el aborto. Llamaría a la siguiente mujer a la espera.

-Ella estará bien- Su voz, era un coro con la voz del hombre que había invadido sus sueños, con la voz de su amor perdido, el padre de la bebé que aún palpitaba en su interior.



7 AÑOS DESPUÉS

-¡Hey! Mami, ¿sigues estudiando?- Una niña de ojos grises y bucles negros asomó los ojos sobre el cuaderno de notas que se esforzaba por memorizar.

-Uhmm si, no pongas la mano allí- La mamá le retiró la mano con cariño y volvió a leer el renglón que se había quedado interrumpido en su mente.

-¿Qué estudias?- Preguntó la pequeña con la curiosidad que ahora la invadía a diario.

-Cómo comprarte más vestiditos, ve a jugar con tus muñecas, cariño- Volteó la hoja y estiró los brazos, odiaba la época de exámenes, con el trabajo, la nena y la casa, tenía el tiempo agotado y sin embargo, lo disfrutaba.

-No quiero- Reacia a obtener la atención de su madre, colocó las manos sobre el cuaderno. Su mamá sólo la miró y sonrió.

-¡Mandy!, no molestes a mamá, ven nena, vamos al patio- Un hombre alto de cabellos negros entró a la sala y cargó a la niña sobre su hombro, sus ojos grises voltearon a ver a la mujer que no les despegaba la vista.

-La mantendré lejos un rato, concéntrate amor- Le guiñó el ojo y salió con una pequeña pataleando sobre su espalda.

-Gracias- La mujer los vio alejarse. El hombre, había regresado al enterarse de la bebé y el amor suspendido, continuó su camino inesperado, un camino que sorprendió a ambos. Mientras Amanda, su pequeño amor, le había devuelto la vida y pensaba hacerla la niña más feliz del mundo, a veces creía que la consentía demasiado. Mientras tanto ella volvió a la escuela para cumplir su siguiente sueño, su carrera y ya estaba a punto de graduarse. No podía creer que tan sólo unos años atrás había estado tan perdida, pero ahora, el camino era tan claro y hermoso, que jamás volvería a cerrar los ojos para perdérselo.

Sostuvo con más fuerza el cuaderno y siguió estudiando.






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Notas de la autora:
Felicidades a todas las que tendrán bebés este mes y los próximos, a mi hermanito y mis amigas, sé que serán mamás estupendas. Y a las que ya tienen, muchas felicidades, espero que aprecien el bello regalo que tienen.
Disfruten la lectura.

El canto de una noche

El canto de una noche


Un pequeño pueblo resplandecía bajo la tenue luz de la luna, las aves habían cesado su canto al atardecer y los lugareños se habían refugiado en sus hogares para descansar del arduo día de trabajo. Esa noche sólo reinaba la paz, acompañada del sonido del vaivén de las olas que remojaban la pequeña costa con forma de media luna.

En la playa, a orillas del pueblo, largos cabellos dorados surgieron del agua acompañados de una silueta curvilínea, la espuma de la última ola se transformó en tela blanca que se pegó a la piel blanca de lo que parecía ser una mujer. Sus labios suaves se abrieron para tomar un respiro inicial, el cual le raspó la garganta como el licor ardiente.

Ojos color turquesa admiraron las luces del pueblo bajo el hechizo de la luz de la luna, aún no creía en los veinte años que habían transcurrido, las casas eran las mismas, los olores, los sonidos y los recuerdos. Apretó los puños con fuerza mientras trataba de ahogar la voz de él en sus pensamientos, “No vuelvas…”

Salió del agua arrastrando los pies con dificultad, apoyó las manos en la arena e intentó levantarse con cuidado, el peso la hizo tambalear y caer a la arena. Escuchó su voz de nuevo “Vete…”, no lo haría, jamás lo haría, debía terminar con ello, ignoró la voz y se levantó de nuevo, sus pies humanos se apoyaron en la arena con fuerza, sólo unos pasos más de práctica y entonces tendría que hacerlo.

El tiempo se agotaba. Llenó de aire sus pulmones y lo dejó salir poco a poco, comenzando la entonación de una canción, el idioma incomprensible para humanos, seres cerrados a la magia, sólo la especie de ella la entendería, pero cualquiera podría sentir la tristeza desgarradora en el alma.

Con el ritmo en sus labios, se paseó entre los pequeños empedrados que separaban las casas, caminos, callejones, rodeó las cuadras una a una. Pronto se escucharon ruidos sumisos en los refugios humanos, cerrojos se abrieron con cuidado y puertas se empujaron despacio.

Varones adultos formaron filas detrás de la mujer, dos, tres, veinte, cincuenta se unieron poco a poco a la peregrinación. En sus casas, sus mujeres, jóvenes y niños dormían tranquilos, inconscientes de la ausencia de los miembros de la familia e ignorantes de la voz femenina que sólo podían escuchar los hombres mayores a los 40.

De las mejillas de la joven corrían lágrimas mientras aumentaba el tono de la canción, cada gota cargada de tristeza y agonía. Los hombres apresuraron el paso, embelesados por el deseo de alcanzarla, consolarla y obtenerla para sí.

Cientos de pares de pies descalzos se les unieron, el compadre, el amigo, el hermano, el hijo y el desconocido, todos con familia, todos con alguien que los amaba y lloraría su pérdida. El melodioso canto de la mujer los absorbió, esclavos eran de la melodía, esclavos fueron de la voluntad de la triste cantante.

Ninguno se preguntó a dónde los llevaría, ni por el extraño brillo plateado en las pupilas de la mujer, ni por la tela blanca volando en un aura fantasmal alrededor de su piel. No lograron ver más allá del rostro angelical que les sonreía y les lanzaba besos de enamorada, fantasías provocadas por sus mentes. Nadie podía romper el hechizo de la sirena, nadie podía oponérsele una vez que sus oídos eran alcanzados por la encantadora voz.

La cantante los llevó a las orillas del océano, la arena, oscura y brillante se pegó en la piel de los pies de los hombres que ahora caminaban sobre ella. La dama detuvo su andar y esperó el momento justo cuando el último hombre llegó. Entonces la canción se incrementó, agonizante, lastimera, tanto dolor en una estrofa. Ellos, asesinos sin corazón, morirían. Los miró con odio, almas condenadas que sabían lo que habían hecho y no mostraban arrepentimiento, los dejaría estar conscientes de su muerte, los dejaría ver lo que ella era.

Los hombres abrieron los ojos asustados cuando la imagen de la muchacha sonriente se desvaneció ante ellos, el sueño se había esfumado y detrás de la cortina de humo se encontraba la bruja, un rostro conocido para todos en el pueblo. Aterrados intentaron moverse, gritar, maldecir, pero ni sus cuerpos ni sus bocas obedecían.

Oh, los escuchaba, escuchaba sus almas gritar de miedo, desesperación. Cerró los ojos y abrazó los recuerdos en su mente.

Cada veinte años humanos, su padre, rey de los mares, daba la oportunidad de experimentar en las afueras, caminar, moverse y respirar aire. Muchos lo rechazaban, otros aceptaban y experimentaban por un año completo la vida humana. Su primer viaje al exterior no tardó en traerle su primer amor, un joven pescador de cabellos castaños y ojos sinceros. Ignorar la ley de las sirenas respecto a las relaciones con otras especies se pagaba con la muerte, pero eso no importó. Lo amaba y su inmortalidad valía el riesgo. Jamás volvería al océano.


Los meses pasaron y ya no sólo lo amaba a él, también amaba a los humanos y su estilo de vida. Sin pensarlo, confió en ellos, los ayudó, les enseñó sobre el mar, los peces y la vida se volvió próspera y rica. La querían, la llamaban para pedirle consejos, adivina, “hechicera” la nombraban.

Pronto, la gente comenzó a espiar, dudar sobre el origen de sus conocimientos, preguntaban, acusaban y odiaban a escondidas. Asustada se defendió de los rumores, “¡No soy una bruja!” repetía constantemente a los ojos inquisidores que la miraban, las mujeres dejaron de hablarle y los hombres la acosaban, culpándola sobre hechizos de lujuria y deseo.

Entonces se perdieron a sí mismos, iracundos la rodearon una noche en la playa, su amado salió a defenderla. Él lo sabía, desde el primer momento en el que la vio salir del mar y había aceptado su secreto en silencio. “Vete, huye, ¡No vuelvas!” las palabras le atravesaron el pecho mientras lo veía caer ensangrentado frente a sus pies. Fue violada, ultrajada y golpeada, mientras dos jóvenes le sostenían con fuerza el rostro al pescador y lo obligaban a ver.

“Pronto nos veremos mi amor” leyó de sus labios antes de que le cortaran la garganta, mientras los seres que se hacían llamar hombres la pateaban. Gritó por su dios por ayuda, lloró inconsolable rogando que las sucias manos se apartaran de ella, pero nadie surgió del mar a ayudarla, nadie podía hacerlo sin temor a quebrantar las leyes. Cansada y agonizante los vio tomar el cuerpo inerte del joven humano que la había hecho tan feliz y quemarlo, las personas del pueblo celebraban sonrientes y alegres de que lo habían liberado de la bruja, en la fogata improvisada, él se reducía a cenizas y junto con él, el amor que les tenía a los humanos.

Sin compasión, la apartaron vilmente y la arrojaron al mar como basura. Las olas hundieron su cuerpo, las corrientes la llevaron a la profundidad del océano y la sal le quemó las heridas hasta cerrarlas, con ayuda de la espuma sus piernas humanas se disolvieron hasta retomar la forma de la cola de un pez. Su venganza, una ira profunda arraigada en su alma la mantuvo con vida, los perseguiría hasta que su existencia se redujera en espuma de mar o hasta que sus labios jamás pudieran entonar de nuevo la canción de su amor. Esperó en silencio por los últimos años, ocultándose de los suyos, por la siguiente oportunidad. Los dejó confiarse, los dejó ignorar el error que habían cometido.

Abrió los ojos, los jóvenes de su memoria ahora eran viejos, sus rostros cubiertos de arrugas y la carga de la edad los estaba matando, pero no tendría compasión por criaturas despreciables. Furiosa alargó la última nota. Uno a uno, los varones caminaron hacia las olas sin parar, sin aguantar la respiración. Quién los mirara de lejos pensaría que lo hacían por voluntad, pero de cerca podía verse el miedo y el llanto en sus ojos. Aunque el agua penetró en sus pulmones, ninguno regresó al exterior y ella no lo permitiría, estaban acabados, pagarían el error de devolverla al mar cuando pudieron haberla reducido a cenizas junto con su amor, cosa que ella había deseado tanto.


Detuvo su canto hasta que el último de ellos se ahogó y su corazón dejó de palpitar. Llorando volteó al pueblo por última vez, las mujeres aún dormían tranquilas, por la mañana despertarían con las camas vacías y entonces sufrirían su venganza, sabrían que la bruja había vuelto por aquella sonrisa falsa que le ofrecieron, por sus risas y aplausos de apoyo a sus maridos cuando la golpeaban desnuda. Pagarían con un precio más alto, el lamentarse día a día la pérdida de sus amores.


Vacía, se quitó las lágrimas del rostro y caminó al mar, el matarlos no había borrado los recuerdos, no le trajo felicidad y sabía que no lo haría, por ello, volvería para enfrentar el juicio de su dios y convertirse en espuma de mar, morir. Entonces, después de la larga espera, lograría estar con él, como siempre debieron de haber estado, siendo uno solo con la energía del universo, aquella que nunca moría, y al fin, nadie podría separarlos de nuevo.


---Fin---


Imagen: "El Pescador y la Sirena" LEIGHTON, Frederic (1830-1896) ¡Quedó muy adhoc!
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Notas de la Autora:

Recientemente, mis problemas con internet me impidieron continuarlo debido a que me desanimaba al ver que no podría subirlo ése día, gracias al apoyo y presión psicológica que Marian ejerció en mí he podido terminarlo.

Espero les agrade.
¡Saludos!