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Perdida cap. 2

PERDIDA

Capítulo 2: "El intercambio"



Corrió, corrió lo más rápido que pudo, la arena pesaba en sus pies pero no importaba, era su vida lo que peligraba y no se detendría ante nada para lograrlo, pudo escuchar un rugido de frustración a su espalda pero no quiso voltear, siguió paso tras paso subiendo las pequeñas dunas de arena, continuó esforzándose aún cuando la arena se convirtió en pavimento bajo sus pies, buscaba un lugar al cuál entrar y rogar por ayuda, aunque estaba segura, que nada podría salvarla de él.


Un piano, podía escucharse la música de un piano cerca, melancólica, dulce, atrayente, siguió el sonido hasta llegar a una puerta de lo que parecía un bar, luces de neón mostraban un letrero en la entrada que decía “Piano Bar”, incluso le recordaban a uno que había visto en una de esas películas de mafiosos, tratando de recuperar el aliento entró aliviándose de sentir las baldosas frías en cada paso. La gente pareció no percatarse de ella, ni ella de ellos, de alguna forma la melodía la atontaba, de forma mecánica avanzó hasta ver lo que le daba vida a la música, una pequeña niña de 7 años de hermosos rizos negros tocaba con la mirada perdida un piano de cola negro y enorme que, a pesar de llevar un vestido azul largo y ampón como de princesita, la hacía ver más pequeña en comparación. Con maestría deslizaba sus manos sobre las teclas como si acariciara la fina seda mientras la melodía surgía sin esfuerzo alguno.



No sabía durante cuánto tiempo la había observado, ni siquiera cuándo había avanzado hasta ella, cuando se percató ya estaba atrás de la pequeña con las manos sobre sus hombros, disfrutando cada nota, cada dulce cambio de sonido. La melodía era pacífica, tierna, los acordes eran tan suaves como las plumas de las aves, bajaban y subían contando una historia de paz y tranquilidad. De improvisto, la música cambió, tornándose desesperada, alterándole los sentidos y la respiración, la melodía describía su situación, describía el encuentro en la playa, describía su huída.


El temor la invadió al darse cuenta que la niña le sonreía por el reflejo del brillo del piano y que en él, no sólo estaban ellas dos, sino que también estaba el joven de la playa a su lado, aspirándole los cabellos como un joven enamorado.

Al sentir el cosquilleo sobre su nuca, giró su rostro para verlo pero la mente la había engañado, no había nadie allí. Se volvió hacia el piano, de nuevo él estaba allí, ahora con la frente descubierta y unos ojos oscuros como la noche observándola, abrió los labios y formó palabras, el sonido no se generaba pero habían sido dichas con tal lentitud que pudo entenderlas perfectamente “¿Te gusta? Puedes quedártela”, palabras tan cortas y profundas que se arrepentía de haberlas leído de sus labios. Dolía, dolía recordar.


-Debemos irnos, debemos… por favor levántate, deja de tocar ya- Nerviosa apretó los hombros de la niña, la pequeña giró su rostro triste, pequeños ojos grises la miraban confusos.

-¿No quieres quedarte con él? Él te ama- La voz inocente infantil la hizo llorar.

La mujer tragó amargo, no, no era cierto, nadie la amaba, ella lo sabía, sabía que nada de eso era cierto y sin embargo, no quería salir, quería quedarse un poco más.

Miró al reflejo de nuevo concentrándose en el rostro del joven, sus ojos ahora eran de un color grisáceo y su expresión daba a entender tristeza, sin detenerse a pensar en él, lo evadió tomando el brazo de la pequeña y la obligó a correr con ella.

Se acercaron a la puerta del bar y esta se cerró en sus narices, todas las personas se convirtieron en polvo y las luces de los truenos iluminaron las ventanas. La oscuridad amenazaba con envolverla mientras los focos titilaban cediendo ante el viento. Echó un vistazo atrás logrando percibir una sombra familiar, ya sabía quién estaba allí, se lo esperaba, podía verlo en la sonrisa de la niña.

-¿Vendrás conmigo?- La voz sonó seductora como una invitación a la muerte, no podía ver su espada, estaba bien cubierto con la gabardina y el cabello había sido peinado hacia los lados, permanecía tranquilo esperando una respuesta.

-No- Contestó con una voz suave, temerosa de la reacción que podría provocar en él.

-¿Por qué insistes en dificultar las cosas?- Dio unos pasos hacia ella, por reflejo ocultó a la niña atrás de sí misma. Qué ironía, se dijo a sí misma, ahora protegía algo cuando antes había decidido antes no tomar responsabilidades, pero esa niña, esa niña era tan linda, no quería dejarla sola.

-Déjanos ir- Los latidos de su corazón aumentaron frenéticamente, él sólo estiró su brazo hacia ella.

-Dame tu mano-
-No-
-Es lo más fácil, ven y te enseñaré- Sonrió para tranquilizarla.
-Jamás- Detuvo a la niña quien se movía incómoda impaciente por ir hacia él.
-Tienes que hacerlo o te obligaré a ello- La sonrisa se borró de sus labios y su rostro cambió a una expresión de enojo, al igual que sus ojos se oscurecieron y el pacífico gris que antes había en ellos, se transformó en un negro peligroso.

-Por favor, sólo déjanos ir, no diré a nadie lo que vi en la playa-
-¿Decir a quién? Aún no entiendes-
-Por favor- Respiró con dificultad, lo había molestado.
-Aprenderás-

Un rayo impactó contra el edificio y las luces se fueron, la oscuridad plena la rodeó, asustada se aferró a la niña y a la puerta, ¿qué era lo que quería? ¿la mataría como a los de la playa? ¿qué rayos quería que aprendiera?

-Puedo escuchar tus latidos, me temes, temes que te lastime, pero he de decirte que no eres tú quien saldrá lastimada- Se pegó a la pared al sentir una caricia en su mejilla, la había tocado con una delicadeza extrema.

-Has sido mala pero tendrás tu lección-

Asustada, lanzó un golpe para defenderse pero sólo alcanzó el aire. La risa sonó entre la oscuridad, un rayo iluminó la habitación y como pudo memorizó la localización de las ventanas y los muebles, no pudo verlo por ningún lado. Cuando todo se volvió oscuro de nuevo se deslizó hacia una de las ventanas sin soltar el brazo de la niña. Entonces, chocó contra una pared, una pared que olía varonil, un perfume atrayente que la hacía desear el abrazo masculino. Desconcertada intentó alejarse pero unos brazos la tomaron de los hombros obligándola a mantenerse quieta, la pequeña que había estado calmada durante la ausencia de luz, aprovechó su descuido y se soltó del brazo.

-¡No! ¡Huye! ¡La ventana!- Le gritó a la niña rogando porque le obedeciera. Forcejeó entre los brazos musculosos tratando de soltarse.
-¡Aprenderás!-
-¡NO!- Fue lanzada contra una pared, cayendo al suelo después del impacto, otro trueno y la habitación se iluminó, la niña estaba en un rincón y el joven estaba caminando hacia ella. Aterrada estiró el brazo.

-¡No te atrevas a tocarla!- Las sillas vibraron en respuesta y se lanzaron contra el joven, pero chocaron con una barrera que brillaba con cada impacto.

-Oh, la dama ha aprendido a defenderse- La risa masculina invadió el lugar. – Qué sorpresa, esperaba que al menos no estuvieras consciente de eso, significa que tendré que ser más duro contigo-

Como pudo se puso de pie recargándose con la pared, la espalda le dolía y las piernas le temblaban, pero lo extraño es que le dolía la cabeza, dolía como si hubiera tomado demasiado frío de sopetón. Aplausos, se escucharon y se duplicaron, se triplicaron, las personas aparecieron en sus mesas aplaudiendo, como fantasmas de un cuento, haciéndole coro a los de él, junto con ellos la luz volvió.

-No la toques- Lo amenazó con fiereza, no podía dejársela, a pesar de ser una hipócrita consigo misma, no podía dejarla a su suerte.

-¿Acaso te importa?- Preguntó él sujetando el pelo de la pequeña.

Ella lo miró con odio mientras él colocaba su espada bajo la barbilla infantil, no se atrevería, la niña parecía quererlo, no la dañaría, trató de convencerse. Lágrimas se derramaron de los ojos de la niña y ella se estremeció al ver un corte ligero en su garganta.

-Suficiente… por favor- Suplicó ante al atacante. ¿Por qué? ¿por qué no podía desaparecerlo como hacía con todo lo que rondaba por su mente? ¿por qué él era diferente? ¿por qué la torturaba con esto?
-Aún no- Él sonrió.
-Basta- Sollozó mientras la impotencia la invadía. El corte se hizo más profundo. Golpeó la pared desesperada.

-¡La lastimas!- El lugar tembló y las paredes se agrietaron a partir del golpe extendiéndose al techo rodeando el candelabro y llegando a la esquina donde la niña comenzó a lloriquear asustada.




El joven sonrió mirando el candelabro.

-Haz que se caiga- Le ordenó a la dama, mientras seguía sosteniendo a su rehén.
Los hombres bajo el candelabro pusieron expresiones de terror y gritaron por piedad, parecía que querían correr pero no podían moverse.

-Estás loco, morirían-
-¿Qué importa la muerte? ¡HAZ QUE SE CAIGA!-
-¡No!-
Presionó la espada sobre el cuello de la menor.
-Su vida o la de ellos, un cambio justo. ¿No es eso lo que tú haces? ¿UN CAMBIO?-

Tembló ante la decisión, no podía hacerlo, matar era matar, miró a la niña y después a los hombres, apretó los puños llorando de impotencia. Sabía lo que hacía, lo había pensado durante más de un mes, había dolido tanto, porque ahora tenía que volver a eso. Ya no quería, ya no lo deseaba más.

-¿Por qué haces esto?- Le preguntó entre sollozos.
-Tú dímelo- Los ojos se volvieron grises de nuevo, con un pequeño atisbo de esperanza.
-¿Por qué a mí? ¿Por qué la niña? ¿Por qué? ¡¿POR QUÉ?!- No funcionaba, ella estaba perdida de nuevo, estaba asustada, estaba triste, harta, cansada, ¿por qué no podía olvidarse de todo esto y simplemente salir por la puerta? Al carajo con la niña, al carajo con la gente. Era imposible.

El hombre se encogió de hombros.
-Todo lo que preguntas lo sabes y sin embargo, te niegas a responderte-
-No puedo- Se aferró a la pared como si eso fuera a protegerla de las preguntas y las frases dolorosas.
-Puedes, pero temes enfrentarte a ello- Él se mantuvo paciente, tranquilo, como si no le preocupara el hecho de que la niña estuviera llorando bajo su abrazo metálico.

-No entiendes, no puedo, no sé cómo-
-Es tu mente, es tu mundo, lo descubrirás- La espada cortó más el cuello de la niña y la sangre brotó de sus labios.
-Por favor, ¡vas a matarla! ¡Detente!, te lo ruego, ¡DÉJALA VIVIR!-
-Entonces lucha, tira el candelabro, ¡sálvala tú!- En el iris de los ojos del joven se desataron remolinos negros que amenazaban con la próxima ira de su dueño.
-Te lo he dicho, no sé cómo hacerlo, no puedo hacerlo- Las lágrimas escurrían por sus mejillas mientras su corazón parecía a punto de salirse de su pecho.

-¿No puedes?, ¿NO PUEDES?-
El hombre se enfureció, presionó la espada contra el cuello de la niña, la pequeña sólo soltó un grito y después comenzó a ahogarse con su propia sangre.

Desesperada por no poder correr hacia la niña para salvarla golpeó la pared con todas sus fuerzas, golpe, tras golpe hasta provocar que sus puños sangraran. Su mente gritó, su mente rogó porque el candelabro se cayera, al ver que no sucedía nada embarró la sangre en la pared y miró el objeto fijamente.

-Cede maldito pedazo de mierda, despréndete y cae-
El candelabro comenzó a moverse de un lado a otro.
-¡Despréndete!-
Los gritos de los hombres se hicieron fuertes, groserías, ruegos, “¡Perra bastarda!”, ella apretó los dientes y el candelabro se movió con más fuerza, entonces cayó sobre ellos. Volviéndose polvo de nuevo.

El joven sonrió al ver el polvo esparcirse, con cuidado retiró la espada y la niña cayó a sus pies, él sólo aplaudió y aplaudió, mientras ella lloraba al ver a la pequeña desangrada en el piso.

-Tú… dijiste que sería un cambio, los maté… pero en cambio ella, está muer… oh dios- Las lágrimas no la dejaban hablar, no podía pensar, no podía respirar, sólo podía observar el pequeño cuerpo inerte en el suelo.

-Ella estará bien-

-Maldito desgraciado... Ella, ella tan sólo era una niña…- Ni siquiera sabía si tenía un nombre. Quizás su nombre era tan hermoso como ella, pero ahora jamás tendría oportunidad, al igual que…
-¿Ahora te importa?- La voz masculina se tornó seria, esperando la respuesta de su víctima.
-Siempre me ha importado- Contestó la mujer, admitiendo una realidad que se ocultaba a sí misma, una realidad que esperaba desaparecer de su mente y de su corazón.

Se acercó a ella y le acarició desde la mejilla hasta el cuello, limpiando una lágrima que se había escapado de su ojo.
-Entonces has aprendido bien, dame la mano y haz lo que debes hacer- Le ofreció la mano derecha.

Temerosa, tomó la mano de él, dieron  media vuelta y desaparecieron. Junto con ellos, también desapareció el bar, la ciudad y las olas, los gritos, los sollozos y el cadáver de la pequeña.

Continuar al capítulo 3 (final)

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