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Perdida cap. 1

PERDIDA
Capítulo 1: "La voz de las olas"


Arena, arena húmeda bajo la planta de sus pies, podía sentirla causarle cierto frío recorrerle el cuerpo, el cielo estaba oscuro, por no decir casi negro, un azul oscuro y grisáceo, no había estrellas ni nubes, sólo una luna grande, redonda y con el borde perfectamente definido, pero de un color rojo oscuro, rojo como la misma sangre, razón que le provocaba escalofríos que recorrían desde su nuca hasta la espalda, era demasiado lúgubre.

¿Dónde estaba? se preguntó, no reconocía el sitio, ni tampoco recordaba cómo había llegado allí. Enfocó la vista, ante sus ojos la oscuridad tomó formas, siluetas de una ciudad en la bahía, sombras de palmeras y árboles, ninguna luz, ningún sonido. Un sentimiento de paz la rodeó, sentía que el alma descansaba y sus hombros estaban relajados, sin preguntarse más, caminó hacia la orilla del mar, no había olas pero sabía que era una playa, el olor a sal la obligaba a llegar a esa conclusión. La brisa la invadió cuando el agua rozó sus pies, sonrió al sentirla helada hasta el punto de calarle los huesos. Tranquila bajó la mano y la metió en el líquido oscuro, ¿se vería azul en el día?, tenía deseos de esperar el amanecer para comprobarlo, tomó lo que pudo con la palma de la mano y la subió hacia sus ojos, quienes ya se habían acostumbrado a la oscuridad. Pensó en dejarse llevar por la leve corriente, pensó en dejarse cubrir por ella, pensó en beberla…

No la bebas

La paz fue invadida por la voz gruesa, podía sentir un leve movimiento en los pies, el agua vibraba a su alrededor, pequeñas olas pasaban a su lado mientras la voz se repetía una y otra vez, uniéndose a otras voces masculinas, subiendo la intensidad en los gritos, después pudo escuchar las femeninas llorar desesperadas y finalmente los lloriqueos de niños.

No la bebas! ¡Huye! ¡Vete!


Su cuerpo se paralizó, podía entenderles, quería hacerles caso, quería obedecer y sin embargo, sus piernas se negaban a moverse, el miedo la invadió cuando la luna brilló con más fuerza y pudo ver el agua que tenía en su mano. Roja, “sangre” fue la primera palabra que corrió entre sus pensamientos, “sangre, sangre, Sangre, ¡SANGRE!”.


El silencio que antes la había sumido en una extraña y agradable paz, había sido arrancado por cientos de voces humanas, gritos uno tras otro, entendibles, desesperantes y desgarradores, los poros de la piel temblaron y los pequeños vellos de su cuerpo se erizaron en respuesta. ¿Por qué? ¿qué estaba ocurriendo?

¡Ayúdame! ¡Salva a mi hijo! ¡Sácame de aquí! ¡No dejes que te lleve! ¡Sal del agua! ¡Mi bebé! ¿Dónde estoy? ¡Quiero irme a casa! ¡No me dejes! ¿Dónde está mi bebé?

El agua se agitaba con más fuerza y los oleajes se volvían bruscos cada vez que las voces hablaban, aterrada imploró a su cuerpo, quería huir, salir, alejarse de aquel sufrimiento. El rugido de las voces se hizo más fuerte y la fuerza de las olas comenzaron arrastrar su cuerpo hacia dentro con fuerza, se mordió los labios reprimiendo un chillido, moriría ahogada en sangre, moriría dentro y quizás terminaría gritando con las voces, volviéndose una más del montón. Cerró los ojos mientras una ola amenazaba con cubrirla por completo, no quería irse, aún no. El agua le golpeó el pecho aventándola hacia atrás, de alguna forma su cuerpo reaccionó y mantuvo el equilibrio, asustada salió de allí haciendo caso omiso de las piedras que ahora lastimaban sus pies tratando de mantenerla en el sitio.

A salvo en la arena, la luz la cegó, se habían encendido las luces de la ciudad y con ello sus ojos se adaptaron al cambio, aunque eso sólo agravó el terror que sentía. No podía creer lo que veía, su mente no podía procesarlo, ni siquiera analizarlo. A su alrededor se encontraban cientos de cuerpos humanos en la arena, la sangre escurriéndose de ellos y llegando al agua como pequeños arroyos, niños, hombres, mujeres, todos con expresiones de terror y en posiciones extrañas, pero ninguno se movía. Aterrada se obligó a seguir caminando, debía irse, debía huir, ir por ayuda, la cuidad no parecía estar tan lejos, podía lograrlo, corrió al escuchar las voces gritar de nuevo y el oleaje cesar sus movimientos.

En su afán por alejarse no se fijó en el suelo e inevitablemente su pie se atascó con algo provocando que se fuera de bruces contra la arena colorada, al borde del pánico se giró para ver la causa, un hombre mayor agonizante trepaba sobre ella, tenía el rostro desfigurado, un ojo a punto de reventar y el rostro bañado en sangre.


-Ayú… da… me…- la voz desgarrada luchaba por resaltar entre los gemidos de su propio dolor.

La mujer gritó pateando con fuerza, no lo quería encima, no lo quería cerca, quería irse y dejar que la pesadilla terminara, refugiarse en suaves sábanas y olvidarlo todo con grandes dosis de sedantes, logró golpearlo en la cara, aventándolo lejos de sí misma, una oportunidad que no iba a desperdiciar. Con esfuerzo se levantó para huir, pero al voltearse otro hombre estaba de pie frente a ella, tenía un horrible corte desde la mejilla derecha hasta el estómago y parte de sus intestinos se salían por la herida, sus piernas de nuevo le fallaron, era demasiado, demasiado horrible, no quería estar más tiempo sola. Gritó entre sollozos.

-¡NO! Por favor, no me toque, por favor- Estaba al borde de una crisis nerviosa, rogaba entre jadeos mientras el varón estiraba sus manos suplicante mientras ella retrocedía temblando.

-¡Due… leeeeghhh!-

Se cubrió los oídos ante los quejidos de dolor, estaba volviéndose loca, perdía el juicio, se estaba perdiendo dentro de sí misma. Un brillo, una luz detrás del hombre ocasionó un ruido de corte y un grito ahogado del hombre cuyo cuerpo cayó frente a sus pies. Atónita dio dos pasos hacia atrás mientras observaba la luz ahora cubierta de sangre disminuir su intensidad, ahora podía apreciar una espada larga y sosteniéndola, un hombre vestido de negro, cuyos cabellos largos oscuros cubrían su frente, los ojos y hasta los pómulos, sólo podía ver sus labios formando una sonrisa de tranquilidad.

Abrió su gabardina y guardó la espada en el interior, ella no dejaba de observarlo, ¿de dónde habría salido un hombre así?, ¿quién usaba espadas en esa época?, ¿qué estaba haciendo allí y por qué mató al hombre?, ¿por qué no se aterraba ante la sangre?, ¿por qué no decía nada de los cadáveres?, ¿por qué no gritaba por ayuda?, el hombre estiró la mano hacia ella.

-Hora de irnos-

¡No dejes que te lleve!, ¡No nos dejes!, ¡Ayúdame! Gritaron las olas desesperadas a su espalda, volviendo a agitarse con fuerza, meditabunda miró la mano cubierta por guantes negros y desvió la mirada hacia el malecón, la distancia no era tan grande pero el correr sobre la arena sería difícil, volvió la vista al hombre.

-Dije, “hora de irnos”, dame tu mano- Habló de nuevo con una voz sensual que la hizo estremecer, la hacía desear tomar su mano y marcharse con él, la tentación era fuerte, demasiado, era como si sus cuerdas vocales estuvieran diseñadas para tentar y controlar a las personas, pero ¿por qué tendría que atraer a alguien?, el hombre era un depredador. Debí trazar una estrategia, debía salir de allí viva. Trató de controlarse.

Señaló la ciudad con expresión melancólica y le preguntó al hombre:

-¿Me llevarás a la ciudad?-

El mar vibró temeroso.

¡No vayas! ¡Huye!

El joven le dedicó una sonrisa tierna y miró hacia las luces de la ciudad.

-Te llevaré si así lo deseas, mi dulce dama- a pesar de las palabras dulces que le habían dedicado, no lograron tranquilizar la inquietud que la agobiaba.


Continuar al capítulo 2

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