La noche, silenciosa, sin luna, sin estrellas, sin testigos. Él lo sabía y por ello caminaba seguro de sí mismo, con la confianza del cazador que era, un ser oscuro, un ser maligno, un monstruo que acechaba orgulloso del peligro que representaba.
Miró la calle sonriente, pequeñas y grandes casas reforzadas con barrotes de acero, trazadas sobre banquetas y calles adoquinadas, luces tenues bañaban sus fachadas, impidiendo que la oscura noche las devorara. No eran más que lugares con pequeños e indefensos huéspedes en sus interiores, tontos, tontos inútiles, cobardes idiotas, no había Dios para humanos, no había piedad, no había lugar seguro donde pudieran esconderse, no de criaturas como él.
Escogió astuto, la casa al final de la calle, el porche oscuro, los árboles rodeándole, la distancia que la apartaba de otras, latidos de un solo corazón en sus oídos, su víctima, juventud, vigor, fuerza, qué gran alimento sería.
Se relamió los labios cuando se paró frente a la puerta de entrada, alarmas, seguros, llaves, no eran nada, ¿cuándo aprenderían?, ¿cuándo dejarían su egoísmo de lado?, no eran los únicos, no eran los más fuertes, sólo eran un bocado más de la cadena alimenticia, el más jugoso y el más idiota como para matarse a sí mismo.
Acarició la puerta con sus pálidos dedos, la madera vibró quejándose de la tortura a la que la sometían, no era rival ante siglos de experiencia y su fuerza sobrehumana, un suave empujón y la puerta cedió silenciosamente, se quedó quieto esperando el sonido de la alarma, no aquel que el humano detectaría, sino los pequeños tics anteriores a su activación, silencio.
La garganta se le secó cuando arriba en su cama, el cuerpo pequeño y delgado suspiró, frágil, suave, su víctima, una mujer a mediados de sus veinte. Ansioso, atravesó el recibidor y subió las escaleras en la oscuridad como si de su casa se tratara, sus ojos estaban adaptados, eran perfectos, habían sido creados para ello, tan negros, tan dilatados, la noche era su hogar y su cuerpo era ideal para ella.
Era hora de realizar su trabajo, su comida esperaba frente a él, sumida en un profundo sueño, inocente e ignorante del peligro que la acechaba. Qué tristeza, se lamentó el cazador, la muchacha parecía una ninfa de rasgos finos atractivos, piel blanca como leche y labios rosados. Sigiloso avanzó hasta hincarse a su lado, cabellos largos cobrizos alborotados y extendidos sobre la almohada, enredó un mechón entre sus dedos, acercó su nariz con los ojos cerrados, el aroma a jazmín le trajo a la mente la imagen de pequeñas flores blancas meciéndose al compás del viento, abrió sus ojos de nuevo para soltar la criatura.
¿Habría visto ella el brillo fantasmal de esas flores a la luz de la luna?, ¿había corrido sobre ellas disfrutando del roce sobre sus pies?, ¿había saboreado el viento que le traía las fragancias de sus víctimas?, el cazador se preguntó a sí mismo.
Ella jamás conocería eso, no probaría el poder, no conocería el sabor de la vida, el mundo de la noche sería un secreto que ella jamás guardaría y él no estaba dispuesto a compartir. ¿Qué era ella sino un simple bocado?, él la devoraría, absorbería su juventud y sólo dejaría su cuerpo inerte sobre las sábanas.
Observó la habitación, recuadros, libros, muñecos, objetos, fotografías, humanos, les gustaba complicarse, les gustaba apegarse a los objetos, a otros humanos. En el mundo nocturno no había comunas, no había objetos, no había sociedades, sólo había leyes, todos obedecían, todos estaban solos.
“No dejes huella”, los humanos no debían enterarse de su presencia, demasiado paranoicos para tratar con la verdad.
“No juegues con la comida”, ninguno sería tan tonto como para encariñarse con su bistec.
“No interfieras”, entre demonios y humanos, ninguna relación debía de haber.
“Estás solo”, aprende a cazar, aprende tus lecciones, aprende de tu experiencia, porque nadie más te enseñará. Era simple, fácil.
Su cuerpo se contrajo de dolor, no podía esperar más, no más juegos, no más caza, era hora de obtener su premio. Tomó la nuca de la muchacha con la mano y la alzó como si de una muñeca ligera se tratara, velozmente mordió su cuello, la sangre salió a borbotones sobre su lengua, caliente, espesa y deliciosa, demasiado deliciosa, la mujer ahogó un grito al verlo.
"Grita, retuércete, implora por tu vida", gritó la mente de la asustada joven al ver a su atacante, pero no podía, no deseaba huir, sus ojos negros reflejaban hambre, tristeza, siglos de soledad, el orgullo de un perro apaleado ocultando sus heridas y ella sabía que debía estar con él. Debilmente le rodeó el cuello con los brazos, el dolor era insoportable y su mente giraba en espiral, el abismo la rodeaba, miedo, compasión, extraña plenitud, terca se aferró a él, aún cuando sentía que la vida se escapaba de ella.
El aroma a jazmín lo rodeaba, el líquido adictivo llenaba sus venas y la calidez de su piel contra la frialdad de la suya mandaba una extraña descarga de electricidad a su cerebro, calor, cariño, sentimientos prohibidos, sentimientos anhelados, ¿qué era diferente de otras veces?, ¿qué poder se ocultaba entre sus brazos?, deseó soltarse, pero el cuerpo del vampiro no respondió, molesto mordió con fuerza y la mujer gimió. “¡Muere!, ¡perece!, tú que me has condenado, tú que me has mostrado lo que jamás tendré”, no se podía soñar con lo que no se conocía y ahora, soñaría una eternidad con brazos cálidos, cabellos suaves rodeándolo y aquella sangre que lo convertía en su esclavo.
Lágrimas brotaron de los ojos cafés de la joven cuando él logró apartarse de su abrazo, los últimos latidos de su corazón se esforzaban por mantenerla con vida, era tarde, podía percibirlo y de alguna forma quería evitarlo.
Los labios delicados de la dama sonrieron para él compasivos y el brillo en sus ojos desapareció junto con el último suspiro. Su cuerpo aún se contraía de dolor, la sangre aún sobre su lengua, tibia, dulce y vigorizante, qué dolor tan agonizante, qué pérdida, qué melancolía, ahora el cazador era víctima de un "hambre" que no podría saciarse nunca, ni siquiera en una eternidad.
La humana lo había entendido al verlo y él, arrogante se había negado a su destino. Vacío corrió las cortinas, abrió las ventanas y se sentó junto a ella, esperó como ella lo había hecho por él, incompleto, abandonado. El asesino abrazó a su víctima hasta que el primer rayo de luz penetró la habitación, al contacto con su piel, una explosión consumió su cuerpo y el cadáver de su víctima con él desapareció.
Jugador experto había caído en la trampa del siniestro destino, ¿qué dios macabro ponía almas gemelas en cazador y bocado?
La habitación sola, las sábanas manchadas de gotas de sangre, la calle en silencio y el mundo ignorante de lo que había pasado en ella..
Demonio y mujer habían perecido en una noche silenciosa, sin luna, sin estrellas y sin testigos.
Aquí un cuento corto, ha tenido muchas correcciones desde el día de ayer que fue creado, espero les guste.
Estas semanas estaré ocupada, volveré hasta el día de muertos y probablemente en calidad zombie.
Saludos!
4 comentarios:
Qué tal, Helyan. Buen cuento. Me encantó. Muy a la Anne Rice, aunque con cierto nihilismo oculto entre líneas; el amor, o el anhelo de él, destruye, es evidente; aunque también quizá se deba a la coraza que todos nos forjamos alrededor, de hielo y acero, que llega a derretirse por momentos, y en esos momentos... Bueno, tú me entiendes. Un gran saludo. ¡Sigue así!
Muchas gracias, me alegra verte de nuevo por aquí y que el cuento te haya gustado, gracias de nuevo. Saludos!
mmmmh...ya vi de qué pinta el run :p
Jajaja, no, ya tengo una ideota para el run, pero no te voy a decir jojojó!
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